18 diciembre 2009

Barbie y la Diosa. Gabriel Orozco en el MOMA de Nueva York

La historia del automóvil, o más propiamente la historia del diseño de automóviles, tiene sus propios iconos estéticos, y sus propias referencias a las que dirigirse o de las que huir. Probablemente el coche más influyente de todos los tiempos hablando en términos de estilo y diseño, ha sido el Citroën DS de Flaminio Bertoni. Al mismo tiempo, probablemente la más popular de todas las intervenciones artísticas sobre un automóvil que haya pisado un museo de arte sea la pieza de Gabriel Orozco "La DS".

Gabriel Orozco es un artista mejicano que lleva cerca de veinte años en la escena internacional. Desde sus inicios, Orozco ha experimentado con toda clase de técnicas y conceptos artísticos, aunque siempre reflexionando en torno a la cultura contemporánea, y en torno a la materia y el cuerpo. Sus obras, a menudo en el límite entre lo conceptual y lo banal, no sólo no dejan indiferente sino que provocan reflexiones y emociones, de un modo u otro, lo cual es destacado en el panorama del arte actual, y merece cierta consideración.

En la actualidad, el MOMA de Nueva York, que ya acogió obra de Orozco en 1993 en una exposición que supuso el despegue internacional del mejicano, y en 2000 en una temprana retrospectiva cuando el artista tenía sólo 38 años, le dedica una exposición probablemente en condiciones de ser considerada más que una retrospectiva, un resumen de madurez. Una muestra en la que se pueden contemplar un buen puñado de sus obras más conceptuales, así como otras más espectaculares, como el esqueleto de ballena que resultó del encargo de la Biblioteca Pública de Ciudad de Méjico, decorado con dibujos geométricos a lápiz. Una imponente escultura que manifiesta, en el límite, algunas de las preocupaciones y reflexiones del autor en torno al cuerpo como máquina, plasmadas en este espectacular lenguaje semi-escultórico.

Pero, ¿que pasa con Orozco y el DS?. En 1993, el artista decidió intervenir sobre un venerable Citröen DS (de en torno a 1970 diría yo), precisamente en medio de sus investigaciones y reflexiones en torno al cuerpo como volúmen escultórico y también como maquinaria. La interesante intervención consistió en cortar el coche longitudinalmente en tres tercios, y volver a unirlo suprimiendo el tercio central. El resultado es una afilada escultura en la que el todavía reconocible DS se muestra como un afilado proyectil, reforzando los vectores de dinamismo y velocidad subyacentes (o no tanto) en el diseño original de Bertoni. Pero a cambio llevándose por delante la elegante y monumental proporción que ha convertido al DS en, probablemente, el coche más bello jamás fabricado, y un punto de inflexión en la historia de la industria automovilística de tal calibre que nunca estaremos suficiente agradecidos a la Citröen y quienes participaron en el proyecto por su inconcebible audacia.

Uno de los "podcast" de la web del MOMA sobre la retrospectiva de Orozco afirma que en cierta manera el "DS" del artista mejicano es una hipérbole que reafirma las características esenciales del coche. Literalmente dice que es como hacer una Barbie a partir del DS, exagerándo sus formas pretendiendo crear un ideal. El crítico de arte del New York Times Holland Cotter no piensa lo mismo, en cambio, calificando la escultura como un simple "chiste tridimensional".

Sin embargo, en mi opinión, consciente o inconscientemente, la "DS" de Orozco va más allá de esta investigación en torno al cuerpo y el maquinismo, y tiene un carácter iconoclasta que trasciende la historia del automóvil para dar la mano a la historia del arte. El DS es el más deificado de los automóviles de la historia. No sólo por su propio nombre, leído en francés "déesse" que significa "diosa", sino también por la cantidad de alabanzas que recogió fuera del propio círculo de los aficionados al motor, entre artistas y literatos. La más conocida probablemente sea el artículo de Roland Barthés, ya reproducido aquí hace tiempo donde el autor comparaba la importancia y carácter semidivino del Citröen con el de una gran catedral gótica. Pero en cuanto al mundo del arte, no sólo hay que recordar que el propio diseñador del coche era también escultor, y además uno de los pioneros del uso de la arcilla a mano para crear modelos tridimensionales de sus diseños, como hemos comentado aquí en varias ocasiones, sino que además, el Citröen DS ya fue expuesto en 1966 en el MOMA de Nueva York como muestra del interés que creaba este coche como objeto de diseño. De algún modo, el DS es el gran icono del diseño automovilístico del siglo XX. Muchos otros diseñadores explotaron hasta extremos mayores la carrocería aerodinámica en la primera mitad del siglo XX, pero ninguno llevó sus coches a la producción en serie del modo que el DS se produjo. Así que, de alguna manera, este coche es un patrón, una referencia plástica, un objeto de diseño cargado de mitología plástica más que ningún otro.

Por eso, por su carácter de icono, la intervención de Orozco tiene algo en común con la célebre parodia de la Mona Lisa de Marcel Duchamp, conservada en el Museo Boijmans Van Beuningen de Rotterdam, con el bigote y barba pintados sobre la cara del retrato y la inscripción "L.H.O.O.Q" (Leído en francés "Ella tiene un culo caliente"). El acto de pura iconoclastia de Duchamp en 1919 cuya intención es escenificar de modo provocador y directo la ruptura con el concepto tradicional del arte, se ha convertido en realidad en un estándar de actitud para cualquier artista contemporáneo. Romper con la tradición ridiculizando sus iconos se ha convertido en una manera tradicional de proclamar la novedad del arte de cada artista. Y en la intervención de Orozco sobre el DS, en mi opinión, hay bastante de esta actitud, al actuar sobre un objeto de diseño cuya influencia y alabanzas han sido tales que se ha convertido en una especie de "Mona Lisa" del diseño del siglo XX. Por eso el artista probablemente decide intervenir sobre este objeto de carácter sagrado, para reinterpretarlo y, más que expresar una nueva visión del mismo tema, mostrar una distorsión intencionada del discurso clásico que supone una obra central como es el DS de Bertoni.

El "DS" de Orozco, por tanto, se convierte a su vez en un segundo icono, una imágen hiperbólica, provocadora o el calificativo que se le quiera dar, pero cuya misma reflexión supone un paso adelante en la expresión plástica y, lo que más nos importa, en el largo y cálido abrazo que desde hace décadas el arte contemporáneo se da con el automóvil. Ahora toca al nuevo DS reverdecer parte de la pasión que despertó el original hace más de 50 años.

1 comentario:

Anónimo dijo...

RESULTA AUN MÁS INTERESANTE ENCONTRAR UN ARTICULO SIN FALTAS DE ORTOGRAFÍA, BASTANTE EVIDENTE SINO ES QUE HASTA OFENSIVO.